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El crecimiento sosegado podríamos decir que incluso lento de Sidecars a lo largo de los años, merece más respeto si cabe y de mayor disfrute para el oyente pero más aun para sus propios músicos.
Afortunadamente para nosotros, y tras esos momentos que con «Cremalleras» podrían haber creado ciertas dudas para la banda, hemos visto cómo el trabajo y constancia, amén de su calidad como artistas, han desembocado en el reconocimiento multitudinario. La banda de Juancho, Gerbass y Ruly sigue creciendo a nivel artístico.
Cuando piensas que han sacado su mejor disco, ellos se empeñan en superarse, y como si su carrera fuera un edificio en el que subir escaleras, ellos lo van haciendo sin llegar nunca a su cima. «Cuestión de gravedad» y «Ruido de fondo» ya nos regalaron canciones que hicieron dieran el gran salto en cuanto a público, pero lejos de cliché de «tenemos nuestro mejor disco entre manos» cabe decir que «Trece», su nueva obra, tienen quizás el mejor conjunto de canciones hasta el momento.
Es este un disco que bebe de un tiempo muy concreto, el que hemos vivido en pandemia, compuesto en el ejercicio de un año y realizado desde lo más profundo de los sentimientos. Es así como nace un álbum tan sentimental, sincero, personal y variado como «Trece», lejos de cualquier superstición más allá del nacimiento de un título que vino marcado por las «señales» de aquellos días.
Un camino idóneo y correcto el elegido por los madrileños, liderados por la forma particular y emocionante de componer de Juancho, sumado a su bonita voz para darle el sentimiento merecido a sus canciones. La emocionalidad y sinceridad de encontrar su sitio de la que hablan en «Precipicios», que como en «180 grados» son sinónimo de quien elabora canciones brillantes, amén de un tema tan romántico, emocional y quebradizo como «Caballos salvajes», de lo mejor que han compuesto en su historia.
Brillan en momentos como el de «Atrapado en el tiempo» aderezados por ese pop rock que manejan tan bien al rock más clásico y coral de «Ruido en la calle», o en lo sentimental que proponen en «Filomena» esa tormenta de nieve que no es otra que la de una relación rota, su recuerdo de pandemia que manejan en «El monstruo final» al piano y romanticismo lírico e instrumental de un «Modo Avión», del que no querremos salir.
Entre tanto disco sin contenido real, Sidecars sacan boli y papel para componer de manera descarnadamente natural y vestirlas con un traje de etiqueta para todos los públicos. Exquisitez nada supersticiosa.