Ahora que ha pasado el efecto Joker podemos reflexionar y ver la película de Todd Philipps en toda su extendión, entender de manera pausada para encontrar un producto tan brillante como duro.
Partimos de la base de un productor DC, pero cuya imagen queda reducida al entendimiento de ser el enemigo por antonomasia de Batman. Con muy pocos guiños a ello (lo vemos en la cinta), el film de Phillips busca otro tono, como ya hiciera Nolan con su magnífica trilogía de El Caballero Oscuro.
Dotando al film de un aurea de denuncia social, en la que el malo se viene abajo por razones encontradas con la sociedad que le roden, cuyas afecciones mentales van a más a tenor de un sistema (reflejo del sistema sanitario de USA) que abandona a los más débiles y donde “el bueno”, justamente un sistema público que no funciona, deja a la suerte y a merced de ella a un personaje con problemas que necesita ayuda de manera irremediable.
Su director se apoya en un Joaquin Phoenix siempre deslumbrante que aquí, con una sonrisa jokeariana como nunca, encumbra su figura esquizofrénica bajo un ritmo intenso en un Nueva York que, como su sistema, le asoma al abismo para caer en brazos de nadie ahondando en su incipiente locura.
Magistral en todo, durante dos horas asistimos al derrumbe, cambio y transformación de un payaso venido a menos que, ante sus problemas ve como la sociedad le abandona yhumilla a cada momento, y en el que una paliza cambiará las tornas ante la soledad mental que encuentra.
Todo funciona y, durante la primera hora, el Joker estima una pena que acongoja ante lo que encontramos delante. La siniestralidad de la figura va tornándose, a raíz de los acontecimientos y en forma de cierta venganza hacia unos y otros, en un terrible encuentro para encumbrar la figura del villano, excelso y excelente.
Un film para ver y recordar, alejado del cine de héroes para dar a entender la miseria humana y dejar claro que con DC, y dependiendo de sus directores y forma de entender el producto, hay muchas posibilidades.
Miguel Rivera