La realidad supera la ficción, esa frase tan manida puede ser el prolegómeno de una realidad, esa que hace medio año, el verano pasado para ser exactos, nos hacía agarrarnos a la ilusión que despertaba una proclama «el año que viene, lo disfrutaremos».
El año no ha pasado, al menos en lo que respecta al verano, pero cuando se cumple un año desde los primeros casos de coronavirus, la realidad es tozuda y marca el camino del que nos quisimos desviar hace tiempo. Esa luz a final del túnel que marcaban las vacunas hace tan solo un mes, ahora, en plena tercera oleada, empieza a ser excesivamente tenue para las ilusiones, proyectos e ideas de muchos.
El verano pasado, muchos fueron los festivales que intentaron agarrarse a la opción de celebrarse, en un momento en el que el virus y la situación eran desconocidas. Solo con el paso del tiempo y las circunstancias, promotores, bandas y público comenzamos a ser conscientes, a medida que todo avanzaba, que hasta el momento vivíamos en una realidad paralela, la de la posible celebración de los mismos.
El tiempo acabó dando la razón al virus, o a otros como el Mobile World Congress que cuando toda esta pesadilla comenzó, tuvo que cancelar y esperar a un 2021 más esperanzador (sobre el papel).
Bien, llegamos al mes de junio y fue entonces como cada semana en redes y en email, nos llegaban las notificaciones de promotores y organizadores de la cancelación de los festivales de turno. Una ola musical imposible de «surfear» que fue convirtiendo el verano en lo que después acabó siendo, un desierto, y no por las temperaturas, en lo musical.
Sin festivales a la vista, y con un mes de octubre que pretendía ser el «nuevo verano musical» con el tiempo también fueron cayendo los que apostaron por retrasar sus eventos, véase Viña Rock o Warmp Up de Murcia, entre muchos otros.
Llegaron los ciclos musicales, una especie de comodín para ofrecer música en directo en unos tiempos más proclives para la música en espacios abiertos. La temática musical, diversa, la opción, la de disfrutar en grandes espacios, de música en vivo bajo una normalidad hasta entonces desconocida: mascarillas, sillas, distancias y aforos de 400 personas, todo eliminando el concepto social de un evento musical y consumo en el sitio a golpe de QR.
El año pasó para la música en vivo de aquella manera y, con el tiempo, hemos seguido asistiendo a giras anunciadas y cancelaciones esperadas.
Nos hemos plantado en 2021 con el mantra de «el principio del fin», ese que acuñaban unas vacunas que son la esperanza, pero de futuro. La realidad es otra, es la que marca un comienzo de año jodido. Salvar la Navidad, como cada momento estival cuando llega la oportunidad, tiene sus consecuencias ante este jodido «bicho».
La situación es sencilla (de entender, no de convivir con ella). Estamos casi en febrero con los peores datos de la pandemia – teniendo en cuenta que en la primera ola no había tanto control ni tests (ni nada) – pero que deja noticias que nos dan perspectiva: los cines asolados de grandes estrenos, Sony anunciando su tercer retraso para la enésima película salvadora «No time to die», y debe ser que James Bond no tiene tiempo para ello, porque de abril se retrasa a octubre «pendiente de la evolución en su momento». 19 meses de retraso que además, vienen acompañados de grandes estrenos (Uncharted, Morbius) desplazados ya definitivamente a tiempos mejores, al 2022, vaya.
Eso en cine, en tecnología el MWC se movió a junio, y veremos, mientras que JJ.OO. y Eurocopa no han dicho nada.
Llegados a este punto, encontramos dos puntos a destacar: The 1975, la exitosa banda británica consideraba hace unos días que «no es el momento para plantear una gira» y Glastombury, el macroevento inglés, ha confirmado que este año tampoco se celebrará. A su vez, el festival de electrónica de Miami, Ultra Music Miami, que se celebraría en marzo, aplaza también a 2022 por segundo año consecutivo. Todo ello nos ofrece una perspectiva, muy adelantada en tiempos, pero que empieza a ser algo más firme, de lo que puede venir este verano.
Si juntamos grupos y festivales, un macroeventos con cabezas y grupos internacionales, es muy complicado de prever, pero necesario para su organización. Tener certidumbre en momentos de incertidumbre, hacen más que complicado el presentar una perspectiva de celebración a poco menos de seis meses para que se celebren la plana mayor de ellos.
Ya no es solo es el momento actual, son las circunstancias que provoca una pandemia, es decir, un enfermo mundial, porque los artistas internacionales, que dependen de fechas, una enorme crew y permisos detrás, penden de los vuelos internacionales, en estos momentos completamente bloqueados, y pendientes de lo que sus propios países decidan.
Dada la situación, un festival de grandes dimensiones, que tiene que tener una perspectiva de certidumbre para poder moverse, aun con carteles aplazados del pasado año, hace muy complicado que se celebren aun en circunstancias mejores que las actuales. Modelos de festivales que necesitan de una gran recaudación para ser rentables, donde los patrocinadores también dependen de sus circunstancias, poco proclives en la coyuntura actual y en la que entender un circuito de miles de personas que como negocio potencial, en su mayoría, no estará vacunada, hace casi utópico el modelo que entendíamos hace tan solo un año.
Es por tanto 2021 un año de transición, mucho tendría que mejorar un año que comienza con políticos vacunándose antes de tiempo, con retrasos, viales que se desperdician, con vacunas que no llegan y, ahora, con retrasos por parte de las propias farmacéuticas sobre los contratos firmados.
A todo ha de sumarse un momento que complica más la vacunación con el sistema sanitario en una ola que no podría manejar ni Kelly Slater en el mar.
La cancelación de Glastombury es un termómetro real del momento, adelantándose ya a los tiempos no sin dolor, pero sentando un cierto precedente de un posible anuncio de cancelaciones de grandes festivales nacionales.
Por otro, serán quizás las bandas españolas las que puedan tomar el relevo en el panorama musical veraniego del próximo verano, quién sabe. Con el paso de las semanas, quizás vayamos allanando y clarificando un camino que, en cualquier caso, da paso a un tipo de festival, al menos este año, que no podemos interpretar con todas sus grandes letras.
Podemos pensar en eventos más reducidos que, obviamente, para ciertos eventos multitudinarios, ni tiene sentido ni puede llegar a ser rentable dados sus renombrados carteles. Es, por otro lado, tergiversar la imagen de «grandes marcas» musicales que, a día de hoy, no sé si tendría sentido ni cabida.
Hay salida
Los estudios y pruebas realizadas en salas, como ya se ha constatado en los meses anteriores, confirman que la cultura es segura, pero así y con todo, el macrofestival entendido como tal en su concepto, ahora no tendría cabida.
Es difícil anticiparse en modo «macro» cuando nos acercamos a febrero, habrá que esperar a sentencias cuando llegue la primavera y apurando, pero la perspectiva y la coyuntura hacen complicado que se lleve a cabo.
La vacunación, aunque se acelere, y no pinta bien, abogaría por una criba que, digámoslo claro, no parece que sea la apuesta de los grandes eventos. La puerta de salida es que habrá música en vivo, pero el formato está por ver. Eventos musicales de tamaño reducido y con controles, se podrán hacer, quizás algunos retrasando sus plazos a octubre, y ver cómo evoluciona todo, aunque hablar un año después de «disfrutar» festivales con las normas de la nueva normalidad, no invitan sobremanera a ello. En cualquier caso, siempre será mejor que no tener nada.
En definitiva y, dando un pronóstico para el «paciente macrofestivalero» es que las cancelaciones pueden comenzar a sonar y que la realidad, puede superar a la ficción de una película ya conocida: 2022.