Los felices años veinte en pleno 2022 en el boom consumista «pospandemia». Bien es cierto que lo de «felices» habría que cogerlo con pinzas, tras ya casi dos años de pandemia, en la que por cierto, todavía seguimos a menor escala, esa misma que ha dañado en diversas circunstancias y niveles, porque aunque pase, los problemas de salud mental se quedarán y como ya se está dejando ver, la psicología será el reclamo en gran parte de nuestra sociedad.
Dicho esto, lo de los felices 20 queda patente a la hora de hablar de un año complicado en lo cultural, para afrontar un 2022 que se plantea casi obsceno en cuanto a volumen y condensación musical, teniendo que preguntarse si habrá tanto dinero y público para lo que viene.
Con la esperada vuelta de giras y artistas internacionales, sumamos los festivales que ya estaban de antes, los que puedan aparecer que seguro que lo hacen en esta burbuja inminente, los pequeños, medianos y grandes, las giras de salas, aquellas que hayan mantenido el tipo tras 18 meses de soledad sonora, puertas cerradas y restricciones que imposibilitaban mantenerse.
Lo que se viene, afortunadamente es mucho y bueno, pero también cabe decir si ante tal boom musical, habrá que mantener la cabeza firme frente a tal avalancha de oferta. Podríamos hablar de un gran Black Friday musical sin rebaja en un mercado que se va llenando de conciertos, giras y festis que dejan poco hueco y margen a bandas pequeñas, esas que se han visto relegadas siempre en carteles y que seguramente, ahora tengan menos espacio aún, amén de programaciones que buscarán recuperar lo perdido, lógico a su vez.
Festivales que vuelven, otros que surgen, sumados a ciclos nacidos en estos meses que seguro, en buena parte se quedan, en ese intento de seguir sumando. La pregunta es, ante una denominada crisis económica por sectores, si habrá dinero y cabeza para todo, porque estamos ante tal avalancha programática que acongoja, anuncios a diestro y siniestro, y los que aun no conocemos, preguntando si habrá tanto público capaz ante la oferta inminente, esa que cada día suma en el email una nueva gira o «bolo».
Con las salas tratando de acoger todos los nuevos conciertos, los postergados, los que van surgiendo y en un intento de acoplarlo todo, las mismas parecen rebosar musicalmente sin saber muy bien si tendrán ese público a su favor, seguramente, con muchas bandas y pequeños promotores pisándose, días y horarios, en una oferta tan ingente en la que algunos saldrán con efectos secundarios entre sus propios interesados. Y todo ante unas salas que también tendrán que exprimir sus márgenes para poder subsistir, en una pescadilla que se muerde la cola y que poco ayudará a los grupos emergentes que podrían pasar a ser bandas en «emergencia».
Y todo en un 2022 en el que los medianos y grandes festivales siguen mostrando músculo y a ver «quién la tiene más grande», por anunciar más y más bandas, englobar los máximos grupos posibles, las cabezas más visibles en una agenda en los que algunos casos miran casi a 6 días de festival, más largo que un día sin pan.
Esos festivales servirán para muchos como meta y experiencia, saltándose todo el proceso de salas a su vez para ver a sus grandes artistas de golpe y porrazo en una semana del año.
Se viene un año “feliz” o eso pretende, buscar la mayor oferta de espectáculo, sea en salas o recintos abiertos que podríamos tildar de sobreoferta en la que la duda es si habrá espectador -y dinero- para tanto, donde artistas nacionales e internacionales ya galopan por llegar los primeros y saltar al “ring” musical por su trozo de pastel.