Domino Recording
En muchas ocasiones criticamos que una banda no evolucione ni arriesgue, y si lo hace otras tantas lo hacemos con el motivo de haber cambiado, lo que podríamos denominar como que «nunca llueve a gusto de todos».
Lejos quedan los tiempos en los que Arctic Monkeys revolucionaron la escena con su propuesta rock, que auparon y de qué manera a los de Sheffield con su disco «AM», siendo uno de los estandartes musicales del gran público y cabeza de festivales.
La cosa dio un giro radical para sorpresa de muchos con el viaje musical que Alex Turner y compañía realizaron en su último y «polémico» álbum “Tranquility Base Hotel and Casino”. Podríamos denominar aquel disco como un álbum en solitario de Alex Turner, porque ese viaje vocal y sonoro nos descubría una banda totalmente diferente, asentada en un sentir musical de hotel, de copa en mano y cena para disfrutar eso sí de su gran exquisitez en unas composiciones que no todo el mundo entendió, todo en un álbum cocinado a fuego lento a través del piano.
Era por tanto mucha la incertidumbre de lo que harían tras anunciar su vuelta, aunque pronto dejaron ver sus cartas con lo que podría ser «The car». A finales de agosto sacaban a la luz sus intenciones, en forma de «There’d beter be a mirrorball», un excelso y elegantísimo anticipo, corte endiabladamente nostálgico y sensual donde, como en todo el disco, el crooner de Turner nos desnuda como pocos artistas consiguen a la voz, acompasado por una instrumentación profunda, lenta y romántica.
Partimos por tanto de la base que «The car» vuelve a mostrar esa vena de cantante clásico, bajo composiciones que buscan un estilo sobrio para bucear en lo minimalista, mucho más elegante en concepto que su predecesor.
Es cierto que no es un disco para todos, pero sí un disco tremendo en forma y sentimiento, porque aunque lento es como el sueño de una noche de verano, un álbum cálido al que acogernos pero que no vale para cualquier momento, dado que aquí todo suena pacífico, sensual y cinematográfico si me dejan.
«I ain’t quite where i think i am» tira de alma soul, es más, recuerda mucho al gusto musical de Michael Kiwanuka. La oscuridad sorprendente de «Scupltures of anything goes» lleva a la cabeza a la experimentación de David Bowie, inquietante instrumentalmente en inmensa en lo vocal, esa canción que apaga bocas en directo.
Si decía antes que el estilo crooner de Turner nos desnuda es por el talento sensual que desprende, lo deja claro en «Jet skis on the moat» que sigue esas directrices soul de alma negra. «Body paint» a piano abre la voz en sencillo falseta de Turner para ir manejándonos en su lentitud convirtiendo su segunda parte en un tema más nítido y orquestal, muy diferente al inicio.
«The car» es ese corte en el que ponemos nuevamente el foco en su líder, y que bien podría acompañar a una película de James Bond junto a «Big ideas», porque todo es tan romántico como grandilocuente en esencia, para cerrar con un regalo como «Perfect sense» con sección de viento y belleza armónica que no hace más que volver a situar la corbata de sus músicos en su sitio.
«The car» es la demostración de talento de un grupo capaz de hacer lo que quiere, que ha dejado de lado el rock directo para adentrarse en una música contemporánea liderada por un alma sensual de brillo inconmensurable. Un disco sumamente elegante que puede no ser para todos ni para cualquier momento, pero que es un regalo a todas luces para el oído.