BERRI TXARRAK + PASAJERO
09/11/2019
WiZink Center, Madrid
Asistir a un concierto como el que ocupa donde sabes que se trata del último de una formación tiene algo de mezcla entre triste y mágico. Un conjunto de emociones sentidas y enfrentadas en torno a una banda, Berri Txarrak, que ha marcado una etapa en la vida de muchos y ha dado tanto a la música.
Lo ha dado porque a lo largo de 25 años la banda Navarra ha demostrado que se pueden romper y saltar fronteras triunfando cantante en euskera. Lo han hecho con todas las de la ley, fieles a su estilo propio, reverenciados por otras formaciones como Rise Against, consiguiendo los aplausos de muchísimos músicos de diversos estilos y aupando su rock al olímpico de formaciones más grandes.
Más de dos décadas en las que han ofrecido discos sin fisuras, calando hondo y dejando poso, siendo únicos y referencia para otros. Qué decir de sus directos, una banda de tres que deja con la boca abierta a quien les ha visto. En festivales, en salas, en eventos de gran magnitud, asaltando países como Japón y consiguiendo lo impensable.
Por todo ello y, quizás en su mejor momento pero siguiendo su fidelidad a sí mismos, la banda anunciaba el pasado año su punto y final o, al menos, de momento,deseando que quede una pequeña puerta abierta para un futuro regreso.
El caso es que la tristeza pero la grandeza de poder verles en una gira final hacia que Madrid, plaza que les ha tratado tan bien siempre, fuera un concierto especial.
Ampliando recinto en el Wizink Center como sinónimo de su sintonía y respeto por la gente de Madrid, sabedores de la calidad de la banda en un final para poder decir «yo estuve ahí». Abriendo la grada de fondo para acoger a miles de asistentes que sabían de un adiós importante, diferente, para unos músicos que han traspasado fronteras cantando en euskera y sentando una base con su sonido diferente.
Para una noche tan especial Pasajero servía la banda invitada en tal despedida, abriendo una fría noche madrileña en la pista del antiguo Palacio de deportes. Impolutos, «pasajeros» en lo musical, con media hora escasa pero bajo su técnica pulida con cortes como «Francotiradores» y «Parque de atracciones» con ese rock alternativo emocional y, a veces, desgarrador. Sonido limpio y directo con un cierre como guiño a las elecciones en el día de reflexión. «Intocables» servía para despedir a esos políticos que piensan en ellos mismos y no en el pueblo, al que consideran pueden pisar y a los que debemos ganarles en las urnas. Discurso final para dar las gracias por tanto a Berri Txarrak.
Así llegaba el turno de la banda en cuestión. Un WiZink con la pista repleta para abrazar lo que nadie podría imaginar, dos horas y media donde Gorka casi no dejó tiempo para la nostalgia, porque sabía de la noche que les esperaba y más que emociones quisieron disfrazarlas con lo que mejor saben hacer, música. Una tralla pocas veces vista, en un concierto incombustible, de emergencia nacional, porque incendiaron de golpe y hasta el final el recinto a base de temazos y un repaso inimaginable por todo su legado.
Un legado, el de este trío, incuestionable, sin momentos de bajón, donde cada disco ha tenido su sentido en su momento, sirviendo de referente y sumando numerosos hits a su repertorio con cada nuevo álbum. El legado es casi «obsceno» de lo bueno que es, tanto como sus directos, otro terreno en el que nada se les puede rebatir. No hay concierto malo de la banda, tres tipos que sin fuegos ni artificios se comen el escenario. Voz y guitarra, bajo y batería, tres músicos dándolo todo y, como muchas otras veces pero más en esta, dando el protagonismo a la música, sin dejar mucho espacio a otras cosas, incluso en día de reflexión.
Nada que desviara nuestra atención, un inicio de locura donde repasar lo mejor de su carrera. «Gelaneuria», «Ez dut nahi», «Jaio. Musika. Hill» servían de arranque para encender a las masas que, en sus primeras filas, tendría saltos, pogos, lanzamientos de vasos al aire… una guerra musical donde no había trinchera para esconderse, porque no veníamos a eso. Queríamos disfrutar, y la banda sabedora de ello, nos dio lo nuestro.
No quería Gorka emocionarse y daba como resultado pocas palabras y muchas canciones, tantas que nos dejaron agotados. Musicalmente variados, desde la potencia de «Izena, izana, ezina» pasando por temas más recientes y melódicos «Spoiler» sumamente bien recibida, a cortes de la talla de «Stereo», «Libre» o «Irala», todo del tirón, sin tiempo para respirar.
La banda, como siempre, cohesionada a la perfección, con David y Gorka fusionando coros y tiempos de manera perfecta, una máquina engrasada hasta la última tuerca. Todo sonando a la perfección, con cientos de vascos a nuestro alrededor, y la gente conociendo la letra sin importar la lengua, donde Berri Txarrak ha demostrado no hay barreras cantes en el idioma que cantes.
Entre la emoción, saltos y gritos cortes de la envergadura de «Zirkua» y «Biziraun» con Gorka dando las gracias al respetable en una noche mágica. Pero quedaba ante todo la recta final, un tramo que se alargaría para sorpresa nuestra. Con cada canción podría parecer el final pero vendría otra tanda de rock.
La formación no daba tregua en momento alguno, y con más de dos horas a su espalda seguían como si hubieran salido cinco minutos antes. Pocas palabras decía porque querían dejar más espacio a su legado musical, y con «Oreka» lo reventaban, sumando gargantas en ese medley que mezcla «Toro» de El Columpio asesino donde la locura fue máxima al ritmo de «Te voy a hacer bailar toda la noche, nos vamos a Madrid no quiero reproches». Y aquí nadie se hizo el sueco, porque bailamos y cantamos como si fuera el final.
Pelos de punta en «Poligrafo Bakarra» para engañar con un bis que daría como resultado casi otro mini concierto posterior. Quedaban joyas musicales como «Denak ez du balio», «Maravillas», la impresionante «Ikusi arte» que volvió de nuevo loco al respetable mientras gritábamos en alto «Solo el pueblo salva al pueblo» en un día indicado para ello.
Gorka aprovechaba para lanzar un discurso real como la vida, en la que llegar hasta aquí no había sido fácil, recordando las muchas salas que les han acogido durante estos años en Madrid como Jimmy Jazz, Ritmo y Compás donde incluso tuvieron que cambiarse el nombre para poder actuar, Joy Eslava, Rivieras, Heineken y WiZink Center, este último para hacer historia, esa de la que estábamos formando parte.
Con el público agachado para saltar en una recta final que introducía más músculo si cabe en «Ikasten», «Katedral bat» y el final de «Oihu» para cerrar no solo un concierto, más bien una de las etapas más maravillosas y agradecidas de la historia de la música.
BERRI TXARRAK son ya leyenda del rock, rompiendo barreras y clichés para convertirse en un claro ejemplo del trabajo y tesón, tanto en estudio como en directo, una fórmula digna de estudio y referencia para lo que pueda venir en el futuro. Un final en Madrid digno de aplauso y respeto, como toda su carrera. Eskerrik asko, Berri Txarrak.