CARLOS SADNESS
23/02/2019
WiZink Center, Madrid
Lo de Carlos Sadness es un fenómeno más que curioso y lo digo esencialmente por su nombre o, en este caso, apellido. De tristeza más bien poca, teniendo en cuenta sus grandes singles y concepto en general. Si atendemos a muchas de sus canciones lo que despierta en uno es optimismo y buen rollo, un viaje tropical donde las piñas coladas, las palmeras y el ukelele, verdadero “arma” del catalán, adivinan siempre una fiesta musical.
Y a esa fiesta nos unimos el sábado noche en Madrid. El músico daba el salto tras llenar La Riviera la última vez para afrontar un nuevo el del Ring del WiZink Center, donde Sadness “fletaba” un avión de Papaya Airlines para llevarnos a una Isla Morenita de reciente creación.
Resume este último single ese concepto veraniego, de un tipo simpático y cercano, que funciona como pocos en festivales y que resume de festivo cada concierto. Es de esos artistas que te gustan o no, que para gustos los colores. Su concepción, y su forma tanto de cantar como de expresarse se formula bajo una personalidad tan amable que hay público con el que no conecta.
Lo que está claro es que Carlos, formula cada concierto como si fuera el salón de su casa donde, junto a sus amigos, en este caso el público y así abrirse como mejor sabe, cantando. En ese mundo isleño tropical en el que se convirtió con todo el papel agotado el WiZink Center, Carlos nos invitaba a abrocharnos cinturones. Un vuelo musical de pequeñas turbulencias, aquí de cierta calma que podía romper con la fiesta del viaje pero que, a lo largo de sus dos horas, conseguía convencernos para volver a volar con sus aerolíneas musicales.
Un poco más de dos horas cuyo despegue se prestaba fuerte, lo avisaba la sobrecargo porque “Perseide” nos hacía tocar las estrellas ante la algarabía absoluta, y la cosa iba a más. Imposible servir comidas ante la fuerza de un motor musical alimentado a golpe de fuego en “Volcanes dormidos”, pedirnos una piña colada a ritmo de ukelele de “Sebastian Bach” y levantarnos del asiento esperando ver el mar por la ventanilla a golpe de cadera en “Miss Honolulu”.
Con ese buen rollo daba las buenas noches a Madrid. Con sencillez, la misma que su escenografía donde resaltaba delante del micro un flamenco mientras que una pantalla de fondo gigante en imágenes acompañaría cada canción. Mucho sentimiento veraniego a ritmo de ukelele, transportándonos a la arena y el sol con la lentitud que cuenta “Semitransparente”, todo en una playa excesivamente ruidosa “noto mucho barullo para ser una playa” decía y no le faltaba razón, dado que por los alrededores se oída muchísimo murmullo.
Llegaba la “Idea salvaje” y salvajes nos volvíamos todos. Bailes y coros al unísono para disfrutar como si de un mes de junio se tratara, porque Carlos es un mago a la hora de llevarnos en sueños musicales a otros parajes de otras latitudes.
El músico ilustrador de sonrisas, esas que se dibujan alrededor nuestro, caras sonrientes, gente disfrutando y un momento musical en el que solo se rompía el ritmo con algún lento y ciertos tiempos entre canciones que pronto se solucionaría con la “Física moderna” de la que es catedrático, mientras preguntaba si “alguien había tenido que usar la bolsa”. Y así nos íbamos haciendo a la idea del proceso de aterrizaje pero sin perder ritmo, es más, aceleraba con “Bikini” donde una chica comiéndose un frigopié en pantalla nos recordaba un destino turístico especial.
Había aún sorpresas, claro, el maestro de la sonrisa invitaba a Alfred García a cantar ante los aplausos del respetable en «No cuentes conmigo» uno de los invitados porque antes habíamos tenido a Natalia Lacunza para su «Amor papaya».
En esa recta final a la que íbamos llegando momento cercano, dos palmeras luminosas de neón gigantes en escenario y Carlos sentado acompañado para interpretar “Isla pocholita” perdón, “Isla morenita” nuevamente ahora en versión ukelele .
Y con ese buen tono qué mejor que dar forma a la fiesta con 10 colchonetas Havaianas para lanzarlas al público, y prepararnos para coger pista en la isla con una impro loca dedicada a sus gatos con una especie de “Pocholoco, tu eres muy loco” cuyo estribillo se iba convirtiendo en himno.
Y con esa festividad qué mejor que refrescar el ambiente y hacer escala en “Groenlandia” para recoger a David Otero, diciendo eso de “Qué electricidad” antes de tocar pista con la gente ya desabrochando el cinturón tras dos horas de un viaje musical más que movido.
Con sonrisas dibujadas y esencia tropical con efecto primaveral en invierno, llegábamos a una “Isla morenita” en Madrid que, al abrir las puertas del WiZink quedó claro no fue más que un sueño, muy real, pero un sueño musical al fin y al cabo.
Fotos: Arturo de Lucas