LOS CORONAS
20/02/2014
Sala But, Madrid
Fotos: Javier Bragado
Considero que cualquier banda con éxito dentro de la música instrumental lleva a cabo un ejercicio de lo más complicado y digno de alabar. Es difícil mantener la atención del oyente y espectador en lo que respecta al directo cuando no hay un cantante de por medio, primero por lo obvio y segundo porque se pierde el punto de referencia y gancho habitual en la música a la hora de contemplar un concierto.
Por contra y a su favor, toda buena banda dentro de dicho género sabe distribuir las miradas y el desarrollo musical en torno a todos sus componentes, sin más protagonismo para uno u otro, salvo en puntuales ocasiones, y creando una química muy especial con su público. Es una relación de miradas, de deseo musical y conexión llamativa a la par que diferente.
Es una forma de entender la música desde lo más hondo, esa profundidad que, bien es cierto, conceden algunas formaciones duchas en esto. Hay que saber tocar y ante todo tener muy buenos temas, además de esa química de la que hablaba, y eso es algo, que a lo largo de los años, ha ido equilibrando y puliendo sobremanera un grupo de la trayectoria y envergadura de LOS CORONAS.
No es casualidad que su nombre recorra países en giras y festivales, como que en nuestro país haya crecido como pocas bandas, a base de mucho directo, son unos tipos que se mueven como pez en el agua sobre las tablas, las que han hecho que se les conozca a día de hoy.
En un momento curiosamente en donde las buenas formaciones instrumentales comienzan a tener peso, tenemos a Toundra, Adrift o los propios Coronas para hacer mención y servir de ejemplo.
LOS CORONAS sirven de base para un movimiento, es de la música surf nada esporádico, ellos se mantienen y saben bucear en terrenos donde el spaguetti, el terreno arenoso del desierto y las pistolas se funden con el agua y las tablas de skate o el guateque más español.
Todo ese popurrí se refleja en una fiesta siempre única, liderada y “comentada” con desparpajo por su guitarrista Fernando Pardo la única conexión vocal con la gente, suficiente para un diálogo que suena único bajo sus cinco miembros. Ellos se conocen sobradamente algo que dejan claro nada más comenzar ese “Adiós Sancho”, en una But llena, una vez más, tras su última actuación allí, dando firmeza a lo que comentaba.
Ese terreno de vaqueros y de honor a Sancho Gracia, que dio título a su último LP sirve para conectar, para calentar el motor y meternos en el sonido más antiguo y surfero de “Alamo” que ya despierta los primeros bailes, bajo el calor de una sala con ambiente de gran noche.
Las proyecciones bien estudiadas y conjuntadas con su música, dibujan las líneas patilleras de Curro Jiménez o las olas californianas de estilo “old school” y el rollo Tarantino a lo bestia en “Cleopatra” que es puro aire cinematográfico acompañado de bailarina de turno, pura esencia escenográfica para deleite de los asistentes.
Qué buena forma esculpen sobre el escenario, para decir sus primeras palabras y comenzar vía Fernando a desgranar la partida y mezcolanza de sonidos que vamos a degustar. Un menú musical tan variado que nos lleva al ritmo seco de “La leyenda del solitario” en la que nos desplazan al lejano oeste, y en la que el sonido de trompeta, siempre presente, se hace más fuerte y sonoro.
Para el que gusta de la fiesta y el movimiento disco tenemos “Baila Lola” que vuelve a contar con presencia femenina dibujando siluetas y el guateque de Marisol en “Corazón contento” una versión lujazo que se presta a pocos temores y que levanta los primeros cánticos del respetable.
Es digno de alabar ese nulo miedo escénico a la hora de abordar cambios bruscos, pasando nuevamente a ponernos el bañador y subirnos a la tabla en uno de sus mejores temas y con mejor conexión en vivo “Rockaway surfers” para nuevamente descolocarnos y trasladarnos al seco sonido de “Fuerte comansi” con las proyecciones de películas de indios y vaqueros de la juventud de nuestros padres.
Una máquina engrasada en todos sus términos, que tienen todo estudiado pero que como buenos presentadores hacen que todo surja fluido y convincente, que respira vitalidad ochentera en “Hiedra venenosa” donde Loza su batería, pone la única voz siendo un momento festivo y particular.
No paramos de bailar señores “Dance Danny dance” esto es puro espectáculo, recordando su última actuación en ese mismo sitio y siguiendo las directrices marcadas por las presentaciones de Fernando Pardo, haciendo hincapié en una peculiar versión, una más donde Matt Bellamy y su banda Muse toman protagonismo. Nada menos que el “Knights of Cydonia” con todas las de la ley y el “Flamenco” del medio desnudo de la bailarina de turno, en una recta final posesiva.
Todo suena compacto, todo es fiesta, para alguno algo más de la cuenta ante tal “guateque” musical que se convierte en un batido radioactivo sonando el tema principal de Pulp Fiction de su querido Quentin.
Imágenes del clásico de fondo nos llevan a otro camino, mostrándonos su vena más samurái en “Jinetes radioactivos” y cerrando a lo Rolling Stones y ultimando en “Day tripper” con baile final como colofón.
Entre medias, western, una de altos vuelos, mar de fondo, aires desérticos, flechas y pistolas, movimientos de skater, pelos alocados de fiesta nacional, bailes enérgicos de los 80 y despiporre, todo conectado con una forma de ver la música como enciclopedia en vivo de sonidos particulares.
El resultado, para quien les haya visto, conocido. Es más, una fiesta sonora sin voz que ya es parte de varias generaciones y que sigue sumando adeptos, y viendo el resultado, entendemos el porqué.