Mad Cool: crónica de un colapso

Un año más volvíamos a Mad Cool, a sabiendas de ser un festival único por el mero hecho de que siempre ocurre algo. No importa ya tanto el cartel y si más la expectación en torno a un evento que, a pesar de ser quizás el festival más musculoso en cuanto a artistas (y dinero), ha forjado su marca en torno a la polémica, las quejas, el «influencismo» y una noria como santo y seña de una identidad que, al igual que la misma, no para de dar vueltas, y no para bien.

CAMBIOS DE UBICACIÓN A LA MADRILEÑA

La libertad que se le presume a Madrid da como resultado que sea muy difícil que un festival consiga asentarse en la capital. Madrid es una ciudad hostil para la música en cuanto a festivales. Han pasado numerosos eventos por ella y por sus afueras con idéntico resultado: itinerante.

Eventos como Download, Getafe En Vivo, Sonisphere, Rock in Rio han ido diciendo «que pase el siguiente», y en ello Mad Cool persiste a pesar de sus cambios de ubicación, implicitos en una ciudad tan dura como inhóspita en verano para la música al aire libre.

Los grandes formatos en esta ciudad son realmente jodidos, en un lugar donde parece que cada vez gustan menos los árboles para dar cabida a grandes espacios de cemento armado. Solo Tomavistas en su medio formato luce año tras año (a excepción del Ifema mediante) en un recinto como el Parque Tierno Galván, protagonista absoluto para acoger un festival de garantías en el que no caer en lipotimias ni grandes éxodos en transporte para celebrar la fiesta de la música, pero volvamos a la noria de Mad Cool.

Aun contando con el apoyo absoluto del gobierno regional (se pudo ver a Ayuso por el recinto para ver a Robbie Williams) y del Ayuntamiento de Madrid, el festival lleva teniendo dificultades para asentarse en un lugar desde sus comienzos.

«Mad Cool no se ha asentado en lo físico hasta el momento pero sí que lo ha hecho desde sus comienzos con la polémica»

Ya hemos visto con esta nueva edición tres ubicaciones diferentes: La Caja Mágica, después el recinto de Valdebebas en Ifema y ahora en su nuevo espacio en Villaverde bajo el denominado espacio «Iberdrola Music».

CRÓNICA DE UN COLAPSO ANUNCIADO

Mad Cool no se ha asentado en lo físico hasta el momento pero sí que lo ha hecho desde sus comienzos con la polémica, muchas veces implícita a un macrofestival, pero si tenemos en cuenta que esto es Madrid más aún.

A las numerosas quejas vecinales, que nunca quieren un evento de estas características cerca de sus casas, que acompañan de ruidos, dificultades de movimiento, suciedad y tránsito de miles de personas haciendo difícil la convivencia durante unos días, se suma una ristra de críticas avaladas por los mismos fallos de siempre.

El evento ha contado con el mismo fallo con cada ubicación, el exceso de gente. Entendemos que un festival de estas características necesita de grandes espacios y cuanta más gente mejor para hacerlo lo más rentable posible, pero no cabe por ello hacer de un espacio un lugar prácticamente intransitable, incómodo y podríamos decir que hasta peligroso, resultando de la susodicha experiencia un castigo para el asistente.

VOTO DE CONFIANZA QUE SIEMPRE SALE MAL

Varios compañeros de prensa nos encontramos siempre allí, y semanas antes prácticamente apostamos por ver quién acierta con el fallo del año o lo que saldrá mal, una vez más, dentro del festival.

Expectación ante todo esta edición tras el consabido cambio de ubicación, que ya venía rodeado de protestas vecinales de vecinos de Getafe y Villaverde, nada contentos ante un recinto que acogerá música más allá de Mad Cool (el siguiente, Harry Styles, donde ya había gente acampando en su entrada de cara al evento a una semana vista).

«Iberdrola Music» se prestaba como un nuevo pulso para el festival y su capacidad de gestionar un conjunto de cerca de 70000 personas diarias. Con 185000 metros cuadrados y tres días de festival, el pulso se iría haciendo más duro a medida que se acercaba la tercera jornada, la única con todas las entradas vendidas gracias a nombres como Red Hot Chili Peppers y Liam Gallagher, amén de un día festivo que siempre conlleva el máximo de público.

Lo primero que hay que saber aunque ya lo teníamos en cuenta dada la información de las formas de llegar a Mad Cool, es que las hordas madcooleras tendríamos que hacer frente a unas largas caminatas en transporte público. Tanto el Cercanías como la estación de Metro de Villaverde Alto contaban con un tiempo mínimo de 20 minutos bajo el infernal sol de Madrid. Imagino que los guiris debieron vivir esa peregrinación entre estupor por el calor y el fascinante recorrido mediante, entre naves de un polígono que daban más caché si cabe a lo de «ciudad hostil para festivales».

Recorrido plagado de Policía municipal hasta un recinto cuyo cesped ya es santo y seña como lo es su noria. A partir de aquí el jueves comenzaba una nueva aventura en el que fue sin duda el mejor día en cuanto a movilidad.

«Mad Cool es como una partida al Mario Bros en el que debemos ir sorteando todo tipo de obstáculos y en el que nos gustaría dar súper saltos»

Sabemos que Mad Cool vive también de las numerosas marcas que pueblan su recinto. Contamos con todo un arsenal de propuestas que para algunos que van menos por la música y sí por la tontería pasen parte de su jornada intentando llevarse premios, regalos y la foto del día entre stands de películas, gafas de sol, bebidas, ropa, helados y todo tipo de parafernalia comercial en la que destacaría el puesto de cremas solares, un punto para aquellos olvidadizos ante el rigor estival en horas tempranas si lo que no quería uno era salir como un cangrejo.

UN RECINTO LLENO DE TRAMPAS

Nuevo recinto, nuevas trampas. Cuando soportas más gente de la que debes pasan este tipo de cosas, y ya es algo que esperamos de Mad Cool porque ¿qué sería de Mad Cool sin sus dramas?

Nuevamente, y ya no sabemos si por incapacidad o porque da igual con tal de reventarlo, el nuevo recinto en su tercera jornada se convirtió en un lugar tramposo e incluso peligroso.

«Un recinto con stands por doquier haciendo del lugar un sitio plagado de «trampas» cuando los aseos se concentran en un solo punto para todo el público, haciendo que el flujo de personas se convierta en peligroso»

Lo que dos días antes había sido una experiencia más o menos normal, cada día iba sumando para llegar a ese tercer día con todo agotado y, por ende, el colapso habitual.

Parece que no se quiere aprender de los errores del pasado y como ya ocurriera años atrás en su famosa edición de Valdebebas, Mad Cool se descontroló en cuanto a aforo. Un espacio de tales dimensiones puede parecer mucho pero todo tiene un límite, o al menos debe ponérselo alguien.

Según datos oficiales tendríamos poco más de 3000 personas con respecto al la jornada del viernes pero en la práctica pasamos de un campo de dificultades a un terreno impracticable a la hora de moverse.

La crónica de un colapso anunciado no venía ya porque todo estaba agotado, más bien se dejó ver desde primeras horas de la tarde. El que escribe tuvo que recorrer prácticamente medio Madrid para llegar y ya el último día desde Nuevos Ministerios pude ver antes de las 17:00 mucha más gente con pulseras que el día anterior. Primer aviso.

Una vez llegados al polígono para disfrutar de los bellos parajes del Polígono Marconi, hordas de público, muchísima más cantidad a las mismas horas que los días anteriores y un desvío de la Policía para dar una mayor vuelta con el fin de no crear dificultades de entrada, esas que sí se habían dado especialmente el primer día en unos accesos nuevamente criticados por los asistentes.

«La torretas de electricidad que no eran tirolinas dificultaron también el movimiento dado su tamaño con tal cantidad de gente, haciendo de un pequeño pasillo con los baños un punto negro de lejos, todo ello con absoluta falta de luz por la noche»

Ya dentro la tarde comenzaba con gentío, pero aun quedaba lo peor. Habíamos avisado en la primera crónica del jueves que la decisión de colocar los aseos en un único punto del festival, concentrando a todo el público en un lugar para mear entre el tercer escenario y una de las torretas de electricidad canceladas no eran la mejor idea, amén de unos accesos ridículos de entrada a los mismos que formaban un atasco monumental de paso para el público. Ver para creer.

A todo esto se sumaban las decenas de stands de marcas alrededor, un pequeño «campo de minas» dificultando aun más el flujo de personas por si fuera poco. Sin ser yo experto, no sé a quién se le pudo ocurrir semejante idea para concentrar a todo dios en un punto con un recinto de tales dimensiones, en vez de distribuir por otros lugares los meaderos, de verdad que no se entiende.

Pues bien, todo eso que llamamos difícil se convirtió en imposible el tercer día. Súmale miles de personas más y tienes el colapso, y eso sucedió. Baños que ahora distribuían entrada y una salida por otro lado para intentar aligerar un flujo de miles de personas que ya antes de Liam Gallagher deambulaban a medio camino entre la sorpresa y la pérdida, porque yo personalmente perdí a más de uno en cada intento.

Los comentarios tan reales como indignados en los accesos: «que puta mierda», «aquí hay mucho más que 3000 personas más», «esto da miedo», «vaya idea», «vergüenza» o «siempre es lo mismo» son frases que escuché a mi alrededor.

Para cuando comenzó Liam prácticamente el festival era intransitable. Veías gente meando en los alrededores de los baños, público prácticamente chocando, preguntando por los aseos, perdida entre los stands que ya eran como un punto de rebote de un pinball llevándonos de un punto a otro e intentando de tirar de cobertura a veces inexistente para buscar a los nuestros. Si allí hubiera estado Stallone hubiera dicho lo de «no siento las piernas» seguro.

Que tocaran Red Hot Chili Peppers horas después pasó para quien escribe a un segundo plano. El colapso se había adueñado de un terreno que recordó al peor año en Valdebebas, haciendo bueno lo de que volvemos a caer en la misma piedra. Un año después de lo ocurrido, ya sea por falta de venta de entradas o porque como nos dijeron quisieron acotar el espacio, se volvió a unas cifras lógicas que este año han vuelto a convertir en ilógicas en su estreno.

Me ha escrito alguna persona en privado en redes sobre las dificultades que vivieron el sábado en Mad Cool, amigas que iban por primera vez sorprendidas y cabreadas preguntándose cómo se puede llenar tanto un espacio y demás críticas, en las que cabe preguntarse una cosa «si pasa algo, ¿cómo nos sacan de ahí?». Yo creo que con drones, porque si metes más gente para ayudar lo revientas.

«Se debe apostar por hacer de verdad de un evento así de una experiencia más o menos válida, aunque a muchos de los que van se la pele la música«

BALANCE CRÍTICO

Puede que muchos piensen que la gente va a Twitter a quejarse ya por inercia año tras año de Mad Cool, y puede ser cierto, pero también lo es que el festival parece que se esmera para ello. Entiendo que se quiera rentabilizar un espacio de estas características al máximo por el caché de artistas y dimensiones mastodónticas de un evento como este, pero no todo vale, y se debe apostar por hacer de verdad de un evento así de una experiencia más o menos válida, aunque a muchos de los que van se la pele la música. A nosotros nos sigue importando.

Vendrán gurús y defensores de sala (lugar al que asisto desde pequeños a grandes recintos durante todo el año) que no hay que ir a macrofestivales, pero no todo en un macrofestival se debe hacer mal, y puede también conjugarse en verano con lo que es el resto del año.

Este año la última jornada sobró, fue un exceso en todos los sentidos y hay que reseñarlo y quien diga lo contrario miente o está muy lejos de lo que es saber vivir la música sin pasar un conjunto de penurias que se pueden resolver metiendo ante todo menos público.

Lo puse en Twitter y más en un evento de estas características en el que es muy normal ver stories de famosos con su cajita de regalo con pulseras VIP y demás merch, pero si ves comentarios sobre lo bien que fue Mad Cool el sábado 8 de julio, fíjate bien que la foto del postureo lleve un «ad», «colaboración» o «publicidad» porque está mintiendo. Y aplico esto mismo a los compañeros de prensa publicitados o periodistas pagados por marcas, porque aquí se dan palmadas al ritmo de lo que muchas veces que marcan los euros, aunque como en política, sea otra la realidad, mucho menos bonita. Y más cuando el resto pagamos un denominado «charity press», igual para todos pero no en condiciones una vez dentro.

Hay que hablar de la música pero también si las cosas se hacen mal, y el sábado se hicieron rematadamente mal, aunque en realidad da todo igual, porque aceptamos las cosas como nos vienen dadas. Para mear y no echar gota, como en sus baños.

Miguel Rivera