El periodista Rubén González publica su libro «Pìedra contra tijera-Historia del rock español 1991-2021» como colofón a años de trabajo e investigación musical para ofrecer todo un bestiario que hace repaso a tres décadas del rock. Rubén nos ofrece un ingente repaso musical del rock alternativo con su actitud crítica para un periodista curtido en estas décadas y que ha pasado y creado revistas tan conocidas como El Embrujo, o en solitario el periódico musical gratuito «Club de música» sobre la escena alternativa madrileña y en los últimos tiempos ha participado en acciones políticas que le llevarían a militar un tiempo en el Ahora Madrid.
Ha costado pero ya está aquí, ¿cómo has vivido el proceso hasta llegar al momento de tener en tus manos “Piedra contra tijera”?
Duro, la verdad. Ir por caminos diferentes a los que muchas veces nos encontramos en la literatura musical (biografías orales, contenidos temáticos concretos…) me ha obligado ir bastante a la contra. Al tardar tanto tiempo en encontrar acomodo en una editorial como La Oveja Roja, que aúna contenido musical y político, junto con una buena distribución, he tenido que rehacer muchas veces el libro al completo. Pero creía ciegamente en “Piedra contra Tijera”, por lo que ha merecido la pena.
Hace veinte años Soziedad Alkoholika ponía el foco y el grito en esa canción que daba título a «Piedra contra tijera».
La censura en la España post-78 ha consistido normalmente en el ostracismo de los medios de comunicación (o el acoso de Hacienda), si no llegas al gran público, no existes. Esta canción surge cuando por primera vez se va contra la cultura de un pueblo, el vasco, por pedir la independencia o simplemente un referéndum, o ser abiertamente antisistema y radical. La doctrina “Todo es ETA” fue nefasta y socavó los fundamentos de la democracia, como luego hemos visto en la guerra sucia contra Podemos.
Hace por tanto dos décadas en las que sí había foco y crítica musical en las letras, ¿hacia dónde hemos ido derivando en este tiempo hasta 2024? ¿Nos han callado en lo musical?
Niego esa reflexión. Es cierto que la música se ha vuelto más conservadora tanto en lo musical como en el contenido, pero al igual que el resto de la sociedad. Hoy nos parecen ideas radicales cosas que tradicionalmente eran aceptadas, a nivel económico, sindical, en política internacional… pero hay otras que están floreciendo y a pesar de las resistencias están aquí para quedarse. El feminismo está aportando un contenido político a las letras del rock (o del trap o el reggaetón) muy interesante. ¿Quiere decir esto que el rock es feminista? Ni mucho menos, pero la crítica musical no solo existe cuando hablamos de la okupación, la insumisión o el genocidio cruel que Israel está sometiendo a Palestina, y del que desgraciadamente poca denuncia estamos viendo. Hay muchos artistas y grupos que están denunciando cosas tradicionales desde un punto de vista actual, como Biznaga con el pelotazo de la Ermita del Santo en Madrid, que les pilla muy de cerca. Simplemente aún no han conseguido llegar a un público mayor como les ocurrió a Reincidentes o Soziedad Alkoholika.
Si vemos el transcurrir musical, de la crítica y rebeldía del rock y el grunge con su desolación, pasamos a un siglo XXI que en los últimos años parece se ha domesticado, tanto en el mensaje indie muchas veces vacío como el del “nuevo rock” del siglo XXI, lo urbano, que quizás incluso tiene menos que decir en su mensaje. ¿Cuál es tu opinión?
Como en política, hay momentos de repliegue y otros en los que de repente ocurre un desborde. Ahora parece que estamos en un periodo de contracción. Primero en estilos, porque solo han aparecido con mucha fuerza el trap (que ya lleva bastante tiempo con nosotros) y el reggaetón que tiene más de 20 años, y si vemos la historia contemporánea musical, cada cinco-siete años tenías un movimiento brutal, basta con ver la evolución del soul al funk, la disco o el hip-hop, en apenas 15 años nace todo. Me preocupa más en objetivos, porque antes la relación con la música era el hecho diferenciador de unos jóvenes respecto a otros y ahora impera mucho más entrar en la rueda de la industria; hay grupúsculos muy interesantes como el que dentro de la escena indie se inspiró en los sonidos oscuros del after-punk con ecos ochenteros poco antes de la pandemia, pero impera demasiado el algoritmo de spotify, youtube y tik tok, o los programas y concursos de televisión que a la creatividad terminan aportando más bien poco.
El libro hace un repaso del rock de 1991 a 2021, para ti, ¿en qué ha cambiado la sociedad por un lado y el oyente musical por otro?
Primero 2001 con los atentados del 11-S, y luego 2008 lo cambian todo, tanto en un aspecto como en otro. La falsa creencia tras la caída del bloque soviético de que no habría guerras y se nadaría en riqueza, estalla primero con la doctrina del shock y la política del miedo en una carrera armamentística, y tras la crisis financiera se pasa de crecer de la abundancia a acaparar en tiempos de carestía. Siempre se habló de una Europa a dos velocidades, pues ahora ya lo tenemos en España y va a ir a peor, y a nivel global, y eso traerá más conflictos. El individualismo nunca va a ser una receta que mejore las condiciones de vida de lo común, ni lo ha hecho, ni lo hará.
Hablas de una verticalidad en la cultura. El otro día asistía a un concierto de otro grupo de jóvenes con actitud rock que parecen salidos de la calle Génova, algo que viene siendo cada vez más habitual, ¿llamamos ya rock a todo y ha perdido el verdadero significado crudo, combativo y con esencia de antaño?
No sólo yo, el término Cultura de la Transición de Guillem Martínez deja clara esta teoría. La Cultura no se mete en política salvo para darle la razón al Estado, y el Estado no se mete en Cultura salvo para premiarla. Que los festivales se muevan en Fitur y se encuadren en turismo y hostelería, al igual que el toreo en el de la Cultura, demuestran que el objetivo no es otro que el de detraer recursos económicos para intereses oligárquicos, llevamos doscientos años igual.
Por otra parte, se llama rock a todo porque tiene una épica que el resto de géneros por edad o por falta de contenido aún no ha adquirido. Y aunque vivamos en un periodo de contracción como te decía, el rock está vivo por su capacidad de mutar en hardcore, heavy, reggae o mestizaje. Si bien dudo de que vuelva a ser central en la escena, volverán tiempos mejores.
¿Hemos hemos ido de algún modo a peor en la música en cuanto a mensaje?
Hinds, Las Shego, Las Wonder, Aullido Atómico, Biznaga… joder, en todas ellas veo mensaje, y estoy convencido que Biznaga va a influir en un futuro próximo a bandas coetáneas, gracias a lo que está haciendo. ¿Sabes en el fondo cuál es el problema? Que la precariedad laboral se ceba mucho en la juventud, que tiene imposible pensar en un futuro digno que pase por independizarse. Y montar una banda vale mucho dinero, ya no vale aprender a tocar la batería con un bote de Dixán. Por eso en líneas generales, el rock está quedando para gente de clase media, hijos acomodados de los propietarios que sobrevivieron a la crisis inmobiliaria de 2008 y que han mamado en casa determinados gustos culturales, y la clase baja opta por el trap, las batallas de gallos en la calle y un ordenador en su casa.
Un artista me dijo que mucha gente ahora no escucha la música, solo la oye, ejemplo del consumismo fast sin calado en el que vivimos. ¿Cómo lo interpretas?
Entre 1954 y 2008, año arriba año abajo, cualquier joven ha escuchado su música favorita en su cuarto, su fortaleza al margen del salón de sus padres (en los 2000 menos porque ya había televisores en muchas habitaciones). Ahora las redes sociales trabajan para que estemos en ellas cuanto más tiempo mejor. La música ha pasado a ser algo secundario que acompaña o directamente añadir color a un story, o un contenido, sea lo que sea eso a lo que llaman contenido en las RRSS.
Víctor Cabezuelo, de Rufus T. Firefly, me comentaba que el artista “entró” en la rueda que marcaron las plataformas digitales, prácticamente regalando la música, ¿qué opinas?
El problema no es regalar el arte, sino a quién. Claro que el intercambio cultural tiende a ser libre y hay que estar ágil a la hora de adaptarse a los cambios para no poner demasiadas trabas al mismo, pero es que en este país lo hemos hecho jodidamente mal. Primero se lo regalamos a las telefónicas, a principios de los 2000 con la piratería, y ahora al algoritmo de las multinacionales. Desde luego no somos los lápices más afilados del estuche. Por soñar ¿qué me gustaría? Una aplicación semi-pública, con suscriptores premium o publicidad barata para que los músicos pequeños se dieran a conocer acorde a los gustos, porque ni siquiera en eso aciertan las plataformas actuales, en la que se defendiera a la parte creadora, los beneficios repercutieran mayormente en los artistas y se penalizara el contenido de bots.
Si ponemos la música al mismo nivel que la política y el mensaje neoliberal, que hace que vivamos en Madrid donde el precio de la vivienda es asfixiante y corta el proyecto de vida de los jóvenes (y de no tan jóvenes) que salga a las calles a protestar por el derecho a una sanidad pública de calidad y que luego se alcen mayorías absolutas en contra de todo esto, de unas condiciones dignas para el ciudadano de a pie, ¿dónde nos deja?
Hay una desconexión entre los movimientos vecinales o sociales y los artistas musicales que a veces me indigna. Mucha gente echa muchas horas y aporta mucha experiencia profesional para luchar por las problemáticas cercanas, y a veces parece que los músicos se indignan por tocar gratis para una buena causa. Claro que muchos otros han tenido que parar porque han abusado de ellos, pero esa conexión tiene que volver. La cultura es muy peligrosa cuando canaliza las frustraciones y las reivindicaciones desde abajo y por eso el poder tiende a crear productos descafeinados de entretenimiento.
Madrid es la batalla de Pelennor frente a Mordor, la de la Larga Noche bajo el Muro… y esto no es centralismo. Es que estamos sufriendo la gran ofensiva iliberal de la ultraderecha, la de Vox y la de Ayuso, que va contra la Constitución, la nuestra, la que empieza garantizando “la convivencia democrática conforme a un orden económico y social justo”, es muy heavy.
Hablamos de conciencia de clase, se ha perdido y más en el aspecto musical, que Biznaga comentaba muy bien, con nuevas generaciones a las que parece la lucha que tuvimos en el 11M no va tanto con ellas.
Su batalla se dio en la pandemia. Frente a muchos que criticaron a los que llevaban la muerte al abuelo, creo que la gente joven mayoritariamente hizo lo que tenía que hacer. Divertirse y tener ganas de vivir, y actuar con responsabilidad. Los jóvenes fueron gente de orden frente al caos de los que vendieron que la libertad en sociedad era hacer lo que les saliera de los cojones cayera quien cayera, y que bien sufrimos a nivel laboral o en asistencia médica a nuestros mayores, un crimen imperdonable. Los jóvenes dieron la cara. De cara al futuro, tranquilidad, que habrá una revuelta más pronto que tarde protagonizada por ellos. Espero que nuestra generación no sea un tapón para entonces.
La música en directo, que antes podríamos decir era para todos los públicos, ¿la hemos convertido en el caso de grupos de estadio en algo meramente social inflando los precios como si de una burbuja inmobiliaria se tratara?
Evidentemente, ese rock del que hablas es para ricos, sí, se ha llenado de pijos, que viven de lo que se lleva cada temporada y su fidelidad cambia cada año. Y quien lo sufre es quien no puede ver a un artista mundial de otra manera. Pero es tan fácil como no ir, dos años sin ir, y bien que bajarían los precios. Ver o no ver a los Stones en directo no te va a cambiar en nada la vida joder, te impresiona y poco más. Te la cambia mucho más ver a tu gente haciendo cosas, por eso Alameda de Osuna o el Xixón Sound fueron nuestros Seattle, por eso las batallas de gallos, aunque ya previsibles, suscitan tanto consenso en los parques, porque arrastran. Igual que un partido de fútbol, ¿quién quiere ser futbolista, el que va al Bernabéu o al Camp Nou, o la que está en la pista los viernes a la salida del cole? Los grupos pequeños y nuevos deben volver a buscar salas más pequeñas fuera de las tradicionales más caras, centros culturales, que están ajenos a todo esto, crear nuevos festivales y un discurso propio… y ya iremos el resto si merece la pena. Así ha sido siempre y así será.
Esto lo hemos hablado pero ¿qué opinas de que la gente compre compulsivamente entradas de 200 o 300 euros a uno o dos años vista de un concierto?
No van conmigo ni con este libro. “Piedra contra Tijera” es para quien quiera ver las cosas desde otra perspectiva, quien quiera aprender si cree que yo humildemente puedo aportar algo, y luego si quiere ir a un festi, pues bien, perfecto. Pero en los tiempos que corren, el dinero es para vivir, alquilar un sitio donde empezar a desarrollar una vida o más adelante quien quiera formar una familia, y desde luego tengo más que ver con los que tienen que andar con cuidado para cuadrar las cuentas de casa.
Todo esto nos lleva al mundo festivalero, como en la música, ¿cuál crees que ha sido el cambio? Antes íbamos también a disfrutar, pero quizás la experiencia ha derivado en otra cosa con respecto a finales de los noventa comienzos de los 2000.
Otra cosa que funciona de arriba abajo. Homogeneizados e inflados por las administraciones públicas para atraer público internacional, por eso van a turismo y hostelería, por eso usan artistas cada vez más parecidos. Por eso hay un público generalizado con el que no me siento identificado. Me gustan en todo caso los que aportan ideas nuevas, los que apuestan por el circuito local, los que son más pequeños o de clase media, y en los que puede pasar realmente algo que te cambie la vida.
¿Qué recuerdos guardas de tu etapa más periodísticamente musical, con El Club de Música en donde nos encontramos o anteriormente en El Embrujo?
Maravillosos, conocí a gente increíble, protagonistas de estas páginas que me trataron de tú a tú, y aprendí sobre la marcha cosas que de otra manera no podría haber conseguido. Sin mi trayectoria profesional tampoco habría tenido un espíritu crítico y habría consumido la información de los demás sin cuestionarla. La concepción y creación de este libro creo que supera un trabajo meramente periodístico, y su objetivo es abrir puertas para la reflexión colectiva. Enseñar (si algo enseño, que no me corresponde a mí decirlo) a otra gente, que haga lo mismo en el futuro.
Con dos hijos, ¿en qué cambia la vida a la hora de conciliar y, por encima de todo, de poder vivir en una ciudad como Madrid?
Madrid es invivible pero insustituible, lo cantaba La Mandrágora en los 80 y sigue igual que ahora. Cuesta todo a nivel económico y de tiempo mucho, porque es una ciudad que te absorbe, y vivimos en una sociedad que no deja espacio para los pequeños, dedicamos muchas horas a estar pendientes de ellos que antes no se dedicaban. Las abuelas y abuelos esclavizados en las recogidas, y nosotros mientras juegan en el parque o estamos con los deberes. Tiempo esclavo para que no protestemos o creemos cosas al margen de la dictadura del entretenimiento, como si de un capítulo de “Black Mirror” se tratara.
Hablando de hijos, alabo cuando alguna mujer se atreve a salir en reportajes en los que se escucha a madres restando romanticismo a la maternidad, conllevando críticas de quienes nunca hablan nada negativo sobre ello ¿Sigue habiendo un tabú en todo esto?
Yo soy de mi pareja, mi amiga, mi compañera, de quien aprendo a diario. De las malas madres que no se resignan a la pata quebrada junto al hogar. La vida es jodida para la clase trabajadora, y para las mujeres el doble, porque siempre han cargado con la losa de su rol de género, el de la buena madre, la buena esposa o la buena cuidadora. Esto parece que es algo ajeno ahora en 2024, pero quien renunció en porcentajes escandalosos al trabajo (reduciendo jornada o dejando el curro) para dedicarse a los cuidados familiares, fue la mujer. Y esto no es de 1940, ojo.
¿Cómo ves la prensa musical a día de hoy?
Ha vuelto a salir este debate tras la compra de Pitchfork, la biblia mundial del indie, y ya muchos compas han razonado bien sobre el tema. Por aportar algo nuevo, mientras creamos que somos algo diferente porque somos cultura, estamos jodidos. Esto va del comercio local, asfixiado por las multinacionales digitales en todos sus ámbitos, de la acumulación de capital surgida tras la pandemia. Intentamos sindicarnos, pero fracasamos estrepitosamente y ya solo damos un premio anual. No nos unimos para crear una masa crítica que haga valer nuestros intereses, que pasan por mejorar nuestras condiciones de vida, y encontrar anunciantes pequeños para no depender únicamente de los artistas. Algo que no tengo ni idea de cómo podría llegar, aparte de agencias de publi pequeñas que sirvieran para poner en contacto. El periodismo musical ya está muerto y quienes están sobreviviendo (y son héroes y heroínas) es porque derivan activos a otros ámbitos, como el editorial de libros.
Para cerrar de forma algo visionaria, ¿hacia dónde crees que derivará el rock? ¿Crees que géneros como lo independiente o lo urbano serán cosa de un tiempo concreto?
El rock siempre se ha fusionado con el folk, el soul, el reggae, el disco o el rap… no sé cómo será mañana, pero seguramente bastardizado, y me atrevería a decir que radicalizado y crudo tras esta época más discreta en ese aspecto. Pero que vendrá una revitalización, sin duda. Lo urbano también ha llegado para quedarse afortunadamente, lleva 20 años en España y si bien tendrá que evolucionar, no veo por qué no habría de hacerlo. El indie no es un estilo, en España fue una ruptura generacional en 1992 y en 2008, pero ahora solo es un marco de entretenimiento. Cuando cambie, se diluirá, y alguien reivindicará de nuevo a los clásicos, no sé, a Cancer Moon o a El Inquilino Comunista y se cerrará el círculo.