MIRADAS CÓMPLICES
Da gusto ver cómo una marca es capaz de cuidar tanto lo musical como lo visual. Que además sea Mahou, una cerveza tan ligada al rock y a la esencia del directo, lo hace todo más grande. Nosotros somos de los que apostamos también por abrir la mente y disfrutar como merece de algunos de los músicos más reconocidos del panorama nacional gracias a ella.
Quitándose las caretas, descubriendo su intimidad, acercándose al respetable en el sentido más literal, ese que, en un escenario donde les rodeamos, los grupos se encuentran más desnudos y cerca que nunca. Lo rojizo se convierte en una especie de escenario del amor, que entre trago y trago, deja un sabor de boca y musical sumamente exquisito.
Dicen de las 5 estrellas pero nosotros vemos muchos más, una delicia visual y musical, rompiendo etiquetas, porque la música es música señores, y eso es lo que se propone en un ciclo tan particular, cuidado y personal como los Cómplices de Mahou.
Regresa este año en otra edición que, además de Madrid y como ya ocurriera el pasado año, viaja por territorio nacional, con conciertos de alto calibre y siempre buscando la esencia de los duetos y colaboraciones de distinto tipo y estilo. Eso es lo maravilloso de la música, el poder descubrir canciones y músicos en otro territorios musicales. Estilos que se mezclan bajo el sonido acústico del que ayer fuimos testigos.
Madrid y la sala El Sol, reacondicionada y, ahora, centro rojo del branding de Mahou, color poderoso y efervescente, casi erótico para palpar y mezclarnos con Dani Martín y Rulo y la Contrabanda. El primero, del rock canalla juvenil y algo más pijo, el otro, del rock urbano forjado a base de calle y experiencias. Unidos, almas de rock muy cómplices.
Presentación a medios que nos regalaba canciones e imágenes únicas. El Sol, siempre vestida de roja y ahora con Mahou de la mano. Rulo y compañía poniéndonos “La cabecita loca” sin haber llegado a “Noviembre”. Íntimo y personal, mucho podríamos decir, con el público a un metro de la formación, sentado pero de voz unida cuando subíamos esas “32 escaleras” que, junto a Dani Martín, sonaba más bella si cabe.
Esa mezcla de bandas por libre y revueltas con sentido, busca la cercanía y el juego con su público, rompiendo el hielo que es lo mágico de este ciclo. Poco importa si te gusta una más o menos, aquí todo suena distinto, majestuoso por momentos, bello en otros e intenso en su totalidad, pero ante todo memorable, para llevarse el recuerdo de algo que no puedes ver en una gira normal.
Nos rendimos ante la presencia y voz de Dani Martín, un rockero de esencia lenta, convertido al pop sin perder la esencia maliciosa de su mirada, cuya canción “Que se mueran de envidia” englobaba el pensamiento de muchos anoche que nos iban siguiendo en Instagram preguntándonos dónde podían verle.
La magia de “De Cero” tema preferido del que escribe estas líneas y, llamativamente de Rulo, conjuntado para darle otro tono y esencia, viajando con nuestra imaginación a «París» convirtiéndonos en “Peter panes” pero de edad adulta para brindar con Mahou. Porque en eso consiste esto, en liberar la mente, dejar de lado cualquier prejuicio musical, olvidando las etiquetas y dejándonos llevar para decir hasta otra con sus «Maneras de vivir».
Enamorarse de la rubia, de la cerveza en este caso, del moreno de Rulo o del colorido tupé de Dani para, al final, salir como pequeños soñadores coleccionando nuevas aventuras, musicales en su término con lo más íntimo de la música.
Miguel Rivera